Los instrumentos y los inventos de las tres revoluciones industriales previas a la que se está materializando en el presente —electricidad, ordenadores, etc.— alimentaron una sociedad embelesada en lo que podría llamarse el principio del cerdo: si algo es bueno, más equivale a mejor. Innovaciones recientes como los wearables, los drones, el 5G y el resto de elementos de la industria 4.0estimulan las ansias por incrementar la capacidad de comunicación y ganar velocidad en cualquier terreno: el laboral, el académico, el familiar y, si es necesario, el íntimo. La combinación de las tecnologías de la cuarta revolución industrial está originando una generación de compañías flexibles y receptivas que no suelen tomar decisiones a la ligera.
La industria 4.0 lleva a tantas modificaciones empresariales como estrictamente digitales. Referentes internacionales como Google, Amazon, Facebook, Apple, Samsung o Huawei, pero también una inmensa constelación de startups, enlazan la inteligencia artificial con la internet de las cosas, la robótica con la analítica, el aprendizaje profundo (deep learning) con la blockchain, el big data con la computación en la nube. El presupuesto necesario para avanzar en estos ámbitos y la amplitud de las acciones a través de las que se expande la transformación obligan a los emprendedores, las administraciones y sus ciudadanías a entender los negocios de una forma distinta a la convencional.
Las máquinas les han permitido a las personas cambiar el entorno físico. Con su ayuda, han modificado habilidades, lo que ha inducido mutaciones en la disposición social y política. Igualmente, han determinado la comprensión del mundo y, por esta razón, de los seres humanos. Conscientes de que forzosamente morirán, las personas han diseñado herramientas que, con independencia de su misión práctica primaria, funcionan como artefactos pedagógicos. Son parte de la materia con la que los individuos forjan la reconstrucción de su universo.
La gobernanza se refiere a la eficacia y la buena orientación de la intervención estatal, lo que, en buena medida, le proporciona legitimidad. Cuando las autoridades comprenden esta utilidad están en disposición de proteger a trabajadores, empresarios, asociaciones… e incluso, por sorprendente que parezca, también a las máquinas. En muchas áreas, las herramientas tecnológicas ayudaron a seguir la actividad económica durante el confinamiento más duro para evitar la propagación del coronavirus.
En los días de reclusión en los hogares, el teletrabajo dejó de ser una política de recursos humanos en favor de la conciliación para convertirse en un medio de prevención sanitaria y una medida de subsistencia, tanto para las organizaciones como para las personas. Estos han sido las instituciones, las empresas y los profesionales privilegiados, ya que muchos otros no han podido trasladarse con esta flexibilidad al entorno virtual. Antes de la Covid-19, ya se sabía que las compañías que les proporcionan herramientas tecnológicas a sus plantillas potencian su bienestar.
De manera que se puede afirmar que el uso adecuado de los instrumentos digitales en el trabajo propicia que el personal esté menos estresado, como se desprende de un estudio llevado a cabo por la compañía Verint, de Nueva York, a partir de 34.000 encuestas planteadas a usuarios de 18 países. Los autores de este estudio vinculan directamente felicidad y tecnología. Para empezar, en contra de lo que podría pensarse, cuatro de cada cinco personas aseguran estar a gusto en sus respectivos puestos. No obstante, solo un 29% de estos sujetos considera que está sometido a bajos niveles de presión. Así pues, hay muchos empleados que, a pesar de estar bien en términos generales, sufren una cierta angustia.
Por: https://www.lavanguardia.com